«Todos sabemos que se quiebra el alma cuando su mirada ya no mira más, y caminamos al filo del alba perdiendo la calma, perdiendo la calma cuando ella se va. Y todos esperan que venga la lluvia y limpie las calles de esta ciudad». Fragmento del tema «LLUVIA». BAJOFONDO
2
SOFÁ ROJO
En el desayuno suena el teléfono de Cloe sacándonos al resto de una acalorada conversación, la cual cargué durante los pasados treinta minutos resistiendo la respiración.
Ahora, gracias a Dios, la atención de papá está en ella—. Hola, ¿sí? Estoy en una reunión. ¿Quién habla? —Acuna el móvil, entretanto ríe tontamente y palabrea en susurros—. Hola, ya ni te conozco, ¿qué? Ah y-ya-ya ¡voy! —Pega un salto alarmada y casi echa la silla al suelo.
Con una carcajada sale como misil dirigida hacia la puerta, perdiéndose de vista en la cocina, solamente dejando su aroma floral. La única persona que pone así a Cloe es su padre. Viro y consulto.
—¿Será él? ¡¿Habrá vuelto?! —Veo a mamá ya de pie en la puerta, detenida hace gestos con el mentón para mover a Arturo.
—Ahora sí voy a aclarar, ¡ah, sí! —dice Arturo refunfuñando.
Alcanzamos la puerta y allí está Báez saliendo de su flamante coche para luego tomar a su hija con los brazos extendidos, acurrucándola como a una pequeña. Acaricia su cabeza y la reverencia como a una desconocida, es todo un dios griego con su diosa en brazos. Cloe se muestra alegre, con una perfecta sonrisa y todos sus dientes a la vista. Su cabello alborotado luce hermoso aun sin peine en él, además de que la luz del sol se filtra en su llamativo naranja coral.
Todos nos dirigimos al zaguán contentos, incluso papá sonríe, pues es muy amigo de Báez. Amigos, casi hermanos, desde pequeños.
Báez deja de ver a su hija para luego clavar su intensa mirada de ojos oscuros en nosotros. Su cabello reluce con un tinte blanco en la raíz de su frente. Galán como un artista de Hollywood, un escultural cuerpo, con un traje de alto costo y de diseño. Aparenta menos edad de la que posee, pero en realidad es de la misma década que Arturo y Amalia. Una sonrisa pícara ronda en sus labios haciéndome recordar su amabilidad que siempre es sincera, a pesar de que a la vista su apariencia física demuestre hostilidad y orgullo.
Me recibe gentil con sus palmas extendidas y me acerca hacia él con un cálido abrazo. Por encima del hombro sonríe a mamá.
Enseguida, me deposita con dulzura a un costado y se encamina a la puerta.
Ahí, de pie, con las manos en sus bolsillos, está su viejo amigo Arturo. —Hola viejito, ¿cómo has estado? —pregunta Báez con una amortiguada sonrisa, al tiempo que sacude su cabeza e imita su recta postura.
—Bien, pero ya nos conocemos para fingir, ¿no?
—No, no te quejes, no es necesario que escupas lo que sea que tienes para decir, ya lo sé. Te olvidas de que nos conocemos lo suficiente. Es como cuando jugábamos de pequeños; sin hablar, ya he adivinado lo que piensas. Desde ya te lo digo, primero un abrazo y luego te aclaro todo, ¿sí?
—Ven, modelo de Vogue, y explícame, ¿qué es eso de que nuestras únicas hijas se nos irán a Nueva York? ―dice Arturo, al tanto que ríe tomándolo del codo y lo sacude hacia él. Posa la mano en su hombro y ambos se sumergen dentro de la casa pareciendo dos adolescentes en complicidad de verano.
Mamá nos abraza a ambas y los seguimos.

Me voy ya en el barco directo a Buenos Aires, con Cloe y su padre. La despedida en Colonia fue algo triste, como siempre, pareciendo la primera vez. Un poco de lágrimas cayendo de los ojos de mamá y los interminables abrazos de papá. Devuelta a Buenos Aires, a esa ciudad un poco revuelta para mí, a la que me acostumbré sin darme cuenta.
Los recuerdos de mis padres aún siguen frescos en mi cabeza, pero Báez me distrae mientras se inclina y nos da a ambas un tórrido abrazo. Cloe y yo lo tomamos como dos pequeñas. Abstraída nuevamente en mis pensamientos, debido al arduo trabajo en el resto de las clases, mi sobre exigencia y la comida chatarra. Es eso o Cloe cocinando en casa, en el mismo momento en que lo pienso encojo los hombros temblando con chuchos. Este día el papá de Cloe se hospeda con nosotras una noche, según nos dijo. Luego, solo estará durante las mañanas, ya que posee una propiedad de mucha mayor dimensión que el remodelado piso del apartamento en que vivimos con Cloe, en Puerto Madero. Ya es nuestra casa desde hace casi cuatro años, cuenta con una luminosa sala con grandes ventanales, donde coloco atriles con lienzos, además de las fotografías de Cloe y cuadros míos que se exhiben en las paredes blancas. Contamos con solo una habitación, pero el estar es como un loft y tiene un futón para las visitas del el Sr. Báez, quien gustoso de quedarse allí nunca se había quejado. La agenda de la semana arranca con citas, así que hago notas en la cabeza. Uno: hoy trabajo en el Café, entro a las ocho de la noche…
—Iona, escucha este tema —Cloe dice animada en la cocina, mientras coloca sus codos en apoyo sobre la isla—. Antes de que se acaben tus minis vacaciones.
Señala el reloj. Bufo tratando de disfrutar el resto de día libre que me queda, en estos ambientes que son donde pasamos la mayor parte del tiempo.
Sonrío tranquila cuando veo bailar descalza a Cloe al tiempo que estira su mano hacia el control del aparato de música para subir el volumen. El señor Báez, en un taburete, la observa divertido. A él parece agradarle la simpleza de nuestra compañía. No la pierde de pista, mientras está sentado cómodamente con unos jeans y un suéter en hilo gris, también sin calzado.
Los pisos invitan, de madera de roble, tan suave y fina. El disco que se escucha es uno de los míos, ya que amo la música. En general, tengo cientos, uno de los favoritos es Bajofondo. Cloe pone en alto los altavoces, los cuales suenan exquisitos. La canción «Lluvia» se dispersa en cada rincón del lugar, y durante ese tiempo me reclino en el sofá rojo de tres cuerpos, con un libro en el regazo, e inclino la cabeza y cierro mis párpados.
Solo me esmero en escuchar, aunque sin intentar dormirme, ya que últimamente estoy sintiéndome rara y ensimismada ante ello.
Pero todas las personas deben hacerlo, ¿verdad?

De noche ya…
Las luces en la calle pestañean…, habrá algún foco roto. De camino al trabajo, sujeto con fuerza el sombrero de tejido negro que llevo, pues aunque estamos en el inicio de noviembre, el crudo invierno ha alargado su estadía, y este aún hiela los huesos. Mis rizos se asoman y calientan la piel debajo de mi nuca, y me cubro el cuerpo con mis manos cuando aprieto más la chaqueta verde musgo de amplios bolsillos, y dentro refugio mis dedos. Camino con unas cómodas zapatillas Converse, negras, viejas y gastadas, llevándome ligero. Siempre se siente así cuando escucho música, me transporta.
En el móvil, porto los auriculares encendidos con la misma canción que he dejado en el apartamento.
Continúo sin atención, y en un corto tiempo llego al trabajo pareciendo que hubieran pasado solo unos minutos. Me adentro en el local saludando.
—Hola, tantos días sin vernos. —Doy una sonrisa amigable, similar a la de mi madre.
—Hola, Iona, ¿qué tul ? ¿Cómo te fue en tu viaje a casa? —me conversa este muchacho de tono jocoso y de oscuro y rizado cabello, cubierto al llevar una gorra de visera (emblema del lugar).
—Bien, gracias por preguntar, Javier, ya comenté lo de mi próxima mudanza. Estoy ilesa. —Sonrío triste con un encogimiento de hombros.
¡Jesús! Recuerdo lo claro y molesto que resultó ser ese día…
―Papá… papá. Mira, eh… —Mordí mi labio inferior con fuerza—. ¡Bien, me voy a Nueva York! —Tragué y exhalé con alivio a la vez, pero mis nudillos bajo la mesa se tornaron blancos por apretarlos con fuerza. Amalia soltó las tazas en el fregadero al escuchar el secreto dicho en voz alta. Y, Cloe, bueno, Cloe silbó.
—¡¿Co-co… cómo?! No entiendo, ¿qué? —Me miró con furia y tristeza. Sus ojos acompañaban a su cuerpo encogido—. Supongo que de esa forma en que me lo planteas no es para decir «¡de ninguna manera!». ¿Cómo fue…?
—¡Ey! ¿Iona, dónde te fuiste? —Javi me distrae al tocar mi hombro, sacándome de mi recuerdo—. ¡¿Bárbaro, estás de broma?! Pobre Arturo, cómo debió quedar, uff. Pero te felicito, es todo un paso… Ah, casi me olvida, el jefe quiere hablar con vos, creo que es por la carta de recomen-dación que solicitaste para un laburo allá.
—Oh, dale, gracias. —Me alejo y sobre el hombro lo miro mientras le ofrezco un cómplice guiño, aunque antes de llegar al final de la sala Javier vuelve hablar.
—Iona, ¿está todo bien allí?
Me volteo lentamente y lo miro sin comprender.
—¿A qué te refieres, Javi, a la mudanza? Uhm, es un gran cambio.
Él se acerca a una de las mesas aderezando copas y utensilios, y me ve de perfil—. No, me refiero a que te ves…, no lo sé, ¿agotada? Mira, Iona, eres más joven incluso que yo, y te tomas las obligaciones con tantas exigencias, solo… me refiero a que debes descansar. ¿Lo harías por el viejo Javier? —Se endereza y vira para verme sonriendo tiernamente.
Le devuelvo la misma sonrisa asintiendo con mi cabeza, porque no puedo decir en voz alta que nunca cambiaré mi forma de ser y mis ambiciones por nadie.
Realizo las comunes tareas que el mâitre me exige día a día, y esta noche no es muy diferente.
Sin más, el tiempo vuela y horas más tarde termina la noche laboral, siendo hoy un poco menos el trabajo. Entonces, saco la propina del bolsillo y la ordeno con lentitud en la billetera. Luego, cambio mi uniforme. Ya lista, voy de regreso a casa, así que me dirijo a la puerta principal, sin embargo, me detengo al oír un llamado desde una de las mesas. Sentado se encuentra el dueño del lugar, que es un tipo mayor que yo y ronda los treinta.
—¿Así que te nos vas? Javier me lo comentó. ¿Cuánto tiempo te tendremos todavía…? No malinterpretes, es que en serio, nos gustaría que te quedaras. Pero igual te felicito por tu valentía e ímpetu en conseguir tu sueño. —Delinea con su dedo la copa que bebe—. Me han dicho que eres buena en el arte. Me alegro por vos, Iona. —Levanta su mirada demostrando alegría en ella. Es un jefe cordial.
—Le agradezco, yo… estuve contenta estos años en los cuales me brindó un lugar. Ojalá consiga algo para obtener mi dinero y poder ayudarme con los estudios o la vida cotidiana. Un trabajo igual que acá con compañeros maravillosos, aunque sé es otro país y otra cultura diferente.
—¡Bah! —Mueve la mano en el aire y suelta un «puf»—. Iona, te desenvolverás bien, ampliarás todo. También enamorarás a todos, igual que acá no tienes fronteras. Además, manejas el inglés a la perfección, agradécele a tu padre que insistió en que lo aprendieras.
—Mientras se ríe a pleno pulmón ofrece un papel con su mano extendida.
—Gracias. —Con rubor en las mejillas tomo la carta de sus manos—. Nos marchamos en febrero para tener tiempo y tratar de adaptarnos. En mayo arranco las clases en la universidad. Muchas, muchas gracias. Igual sigo el laburo hasta las fiestas.
—Bien, Iona, encantados de seguirte teniendo.
—Aún sonríe y en efecto se recuesta en su silla—. Y cuídate, ¿sí?
Título original: Magnet in dark. (Parte 1- El ónix).
Copyright © 2017 Majo.Sr All rights reserved.
ISBN-13: 978-1545327388
ISBN-10: 1545327386
©All rights reserved-SAFECREATIVE, CÓDIGO RE.; 1507154633355
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